A los obispos españoles, la carcundia.
Como usted sabe, el dulce de castaña
a nadie amarga, ni aun al más gazmoño;
por eso, cada cual se las apaña
para ponerse a tiro de un buen coño.
Por no apechar con sida ni hembra huraña,
voy a un cañaveral y, nada ñoño,
me solazo a mi gusto con la caña
de más tierno follaje y lindo moño.
Visto lo cual, bien puede usted con saña
llamarme viejo verde, ruin bisoño,
desgarrador de virgos de cañuto,
fogoso de verano en pleno otoño
o lo que quiera, que yo ya ejecuto
la renuncia al condón u otra artimaña.
Y si, pese a mi sino disoluto,
me premiara el Señor con un retoño,
táchelo Su Bondad de hijo de puto.
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